Tic tac, tic tac. El reloj de la guerra parece estar en cuenta regresiva. Estados Unidos está a la ofensiva. En un periodo muy corto de tiempo lanzó decenas de misiles contra una base aérea en Siria con todo y que era utilizada por sus aliados rusos; movilizó una flota guerrera desde Singapur hasta el Mar de Japón para intimidar a Corea del Norte; lanzó la bomba más poderosa -después de las nucleares- contra un refugio del Estado Islámico en Afganistán, y le arrebató por imprudencia la vida a 18 de sus aliados en un bombardeo eventual a un pequeño poblado al noroeste de Siria.
El hilo conductor de todas las movilizaciones y los ataques parece ser que Donald Trump quiere demostrar al mundo que la potencia militar más grande de la Tierra sigue siendo Estados Unidos, y que sus enemigos -quien quiera que éstos sean- serán derrotados.
Los enemigos elegidos por Trump son muy peligrosos. Kim Il-Jong, líder de Corea del Norte, es un dictador armado con un arsenal atómico, y aunque el alcance de sus misiles no tiene la capacidad de llegar al territorio norteamericano, sí puede desencadenar un ataque hacia Corea del Sur o hacia Japón; el Estado Islámico no tiene armas atómicas, pero sus redes de terrorismo llegan a muchos países, incluyendo el interior de Estados Unidos; Bashar Al-Assad, tirano de Siria, tiene armas químicas, y sobre todo un aliado armado con el segundo mayor arsenal de bombas atómicas: Rusia.
El escenario está puesto para que estalle un conflicto bélico de consecuencias impredecibles.
Pero también hay voces que se levantan para evitarlo. La más reconocida, hasta ahora, es la de China. Pekín exhorta a su aliado coreano a terminar con las pruebas de misiles, y a Estados Unidos a evitar sus provocaciones y ataques. Dice que la forma de resolver los conflictos es mediante el diálogo, y no con la fuerza.
Con ello, ya Trump puede decir que su política de amenazas triunfó, porque obligó a China a intervenir para detener las bravatas de su pequeño aliado. Pero en realidad, si la guerra no estalla, será el triunfo de la razón sobre la fuerza. Sobre todo, sobre la fuerza del demonio interno que se agita en el interior del nuevo inquilino de la Casa Blanca.