Bajo un cielo encapotado este primero de julio terminaron las medidas extraordinarias que prevalecieron en la ciudad desde el 5 de abril pasado. Se realizaron modificaciones temporales al Hoy no Circula, por las que un día a la semana y un sábado del mes dejaron de circular todos los vehículos que contaran con cierta terminación sin importar su tipo de holograma; es decir, sin tomar en cuenta que fueran automóviles nuevos o con más años de circulación. En ese período, sobre todo en el mes de mayo, hubo días de mayor contaminación en los que la Comisión decretó el doble No Circula, por el que engomados de dos colores dejaron de circular.
Antes, el 15 de marzo, los niveles de contaminación alcanzaron niveles tan altos que entró en vigor la Fase 1 de la contingencia ambiental. Esta impidió la circulación de carros cuya placa terminara en número impar. Hacía 14 años que no se habían registrado niveles contaminantes de esa magnitud.
La inconformidad fue grande. Parecía casi increíble que los automovilistas, a pesar de las molestias ocasionadas por la contaminación –con sus consecuencias todavía desconocidas para la salud-, sobre todos quienes contaban con vehículos de lujo nuevos, manifestaran tanta indignación por la medida. Y no fueron los únicos. También la mayoría de la población citadina, con amplia experiencia en las calamidades del transporte público, se quejaba y estaba al tanto de los días de Doble No Circula. La saturación en el metro y metrobús creció en las horas de mayor demanda, y obligó a millones a salir más temprano de casa.
Con el anuncio de lo que han llamado “endurecimiento del Hoy no Circula”, ya están otra vez todos los autos en las calles, listos para que sus conductores pierdan horas extenuantes del día manejando en medio de un tráfico que puede ser de terror para muchos. ¿Y el transporte público?, ¿y los planes para su mejoramiento?