El ataque de 59 misiles de Estados Unidos contra una base militar siria ha dejado al mundo perplejo. La luna de miel entre la Casa Blanca y el Kremlin duró menos de lo que se esperaba. Ante la explosión de gas sarín que dejó a decenas de niños muertos en un pequeño poblado de Siria -aún no se sabe si las armas químicas fueron lanzadas por el gobierno sirio, o si estaban en un almacén de los opositores que estalló en un bombardeo-, Donald Trump respondió con el mayor ataque de los Estados Unidos contra un país árabe, desde que George W. Bush lanzó el ataque contra Irán en 2003, para derrocar al gobierno de Saddam Hussein. Hay dos similitudes en ambos casos: el pretexto ha sido el uso de armas químicas, y la fuerza desplegada ha sido avasalladora.
Todo lo demás es diferente. Con el ataque de antier, Donald Trump rompió el endeble equilibrio mundial que se avizoraba entre las tres potencias -Estados Unidos, China y Rusia-, y la condena de Vladimir Putin al ataque ha puesto al mundo a pensar nuevamente en una confrontación bélica y atómica entre Rusia y Estados Unidos. Y aquí surgen varias interpretaciones.
La primera lectura del ataque es que Trump necesitaba demostrar su poderío para cumplir sus lemas de campaña. Para hacer de Estados Unidos una gran nación otra vez era preciso arrojar bombas en algún lugar del mundo. El ataque químico fue el pretexto perfecto. Los 59 misiles que cayeron sobre la cabeza de Basar Al-Assad le recordaron a todos que el músculo norteamericano no tiene rival entre las potencias. Y en su fuero interno, Trump se sintió aliviado. Ya no importa que sus propuestas de cerrarle el paso a los ciudadanos de los países árabes no hayan prosperado. Ni su rotundo fracaso en la política de salud. Ni las renuncias de sus amigos. Con esa demostración de fuerza, se ha reafirmado su capacidad destructiva. Realmente es el hombre más poderoso de la Tierra.
Otra interpretación, siguiendo la línea de los complots y las manipulaciones, afirma que el bombardeo no es más que una cortina de humo para ocultar la alianza entre Trump y Putin, así como la intromisión de Rusia en las elecciones de Estados Unidos. Ese tema estaba ya comprobado por las investigaciones del FBI, y corría por los pasillos del Capitolio para encontrar una salida legal al asunto. Y en las altas esferas de Washington se discutía cómo reaccionar si los ciudadanos descubrían que tenían a un presidente ilegítimo, impuesto por los caprichos de una potencia extranjero.
Pero todo eso se esfumó entre el humo levantado por los misiles. Ahora el tema más importante es cuál será el camino de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos después del bombardeo. Y gran parte de todo ello descansa sobre las espaldas de Vladimir Putin. Si da una respuesta bélica, el mundo tendrá que prepararse para una conflagración devastadora. Pero si muestra cautela -como lo ha hecho en otras ocasiones- y espera un tiempo prudente para que se tranquilicen las aguas, el mundo respirará con alivio un tiempo.
Hasta que Trump sienta nuevamente el deseo irrefrenable de demostrar su poderío.