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Escuelas de delincuentes

La última matanza en el interior de un penal, ocurrida el pasado 11 de febrero en el Penal de Topo Chico en Monterrey, no es más que una muestra de los conflictos y la podredumbre que corroe las cárceles mexicanas.

La matanza obedeció al enfrentamiento armado entre dos bandas rivales al interior del penal. Hubo, según informó el gobernador, 52 muertos y 12 heridos, y las llamadas buenas noticias es que dentro de los muertos no hubo ni mujeres ni niños, y que ninguno de los reos se escapó.

Pero no hay nada que celebrar. La podredumbre del sistema penitenciario en México es evidente. Diversos análisis hablan de la sobrepoblación como uno de los principales problemas. Existen 418 centros penitenciarios que alojan a una población aproximada a los 250 mil reclusos, mientras que la capacidad instalada es para 190 mil personas. Y al hacinamiento se le agrega la mala alimentación, la falta de un digno sistema de salud, la ausencia de una política que permita a los presos el trabajo social y la reinserción, la falta de controles de todo tipo y la violencia.

Se sabe que buena parte de los secuestros en el país se llevan a cabo desde los reclusorios, y que los presos más peligrosos tienen canonjías y custodios a su servicio.

Las fugas del Chapo, las muertes en el interior de los penales, las fugas masivas y los delitos perpetrados desde los penales son los indicadores de la urgencia inminente de sanear el sistema penitenciario en México.

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