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Estados en la prisión

En Brasil hay 306 ciudadanos en la cárcel por cada 100 mil que están libres. Eso significa una cantidad de 622 mil habitantes de las prisiones, que equivale a la población de la ciudad de Querétaro. Es una población superior a la de ciudades como Morelia o Toluca.

Los gobiernos de las prisiones brasileñas se encuentran ahí adentro, y tienen poco que ver con la gobierno federal de Brasilia. La disputa por el poder es encarnizada, y los grupos en pugna son bandas criminales que controlan el narcotráfico afuera de las prisiones. Son, salvando todas las diferencias, el equivalente a los partidos políticos constituidos civilizadamente. Uno de ellos se llama el Primer Comando Capital, de larga tradición criminal en el noreste del país, y otro el Comando Vermelho, una antigua alianza entre bandas citadinas y organizaciones de izquierda. Ambos son enemigos acérrimos, y sus enfrentamientos han provocado la muerte de 136 presos en lo que va del año. La batalla más sonada fue la de la cárcel de Alcacuz, en la región de Natal, que arrojó un saldo de 27 muertos.

El Primer Comando Capital es una organización nacional que tiene células en las dos terceras partes del país. El Comando Vermelho controla las favelas de Río de Janeiro, donde realiza labores sociales y proporciona empleos a sus habitantes. Ambas organizaciones brindan al interior de las cárceles protección a sus miembros, y controlan las zonas de paso de las drogas. Pero sus métodos son diferentes. El Comando Capital lleva una política jerarquizada, más tradicional, con un gobierno centralizado de mando, y el Comando Vermelho permite franquicias regionales, en alianzas comerciales para el traslado de la droga, pero con autonomía de mando y libertad de acción. Algo así como conservadores y liberales en el universo delictivo.

En meses recientes, la influencia de los carteles mexicanos se ha hecho notar en las bandas brasileñas. El método de aterrorizar a los rivales mediante las decapitaciones -el sello mexicano- se llevó a cabo en el patio de la prisión de Compaj, en el Amazonas, el pasado 1 de enero. La práctica es un ejemplo patente de la globalización del crimen.

(Con información de Excélsior)

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