En México el fraude electoral ya no existe. Hace años, era el común denominador de las elecciones. Las mañas eran conocidas con nombres grotescos: el ratón loco, las urnas embarazadas, la operación tamal, el carrusel. Pero eso se acabó. Aunque hay aún intentos por revivirlas, las medidas adoptadas por el Instituto Nacional Electoral han prácticamente imposible que el voto de los mexicanos no cuente para elegir a los gobernantes.
Pero hoy en día, en diferentes países del mundo, se ha desarrollado un nuevo concepto de fraude, íntimamente vinculado a las nuevas tecnologías. Son los hackers. El robo cibernético de información para oriental el sentido del voto. O las revelaciones escandalosas. Eso fue lo que hundió a Hillary Clinton. Por una parte, un detalle que parece insignificante: el uso de su correo personal para difundir cuestiones de Estado. Días antes de la elección, cuando el FBI dio su veredicto sobre el tema -que Hillary era finalmente culpable-, las encuestas se inclinaron por Trump. Y además estaba el tema de la intervención de hackers rusos para favorecer al actual presidente. Toda una conspiración cibernética.
En las elecciones de Francia, los hackers trataron de hacer lo mismo. La mayoría de ellos son personas afines a Donald Trump. Operan desde Estados Unidos, envían mensajes en inglés, y trataron de favorecer a la ultraderechista Marine Le Pen. Otros están en Rusia, que se ha convertido en la sede internacional de los hackers. En un hashtag conocido como #MacronLeaks, difundieron todo tipo de noticias falsas, desde cuentas bancarias de Emmanuel Macron en las Islas Caimán, hasta intentos por difundir un supuesto plan del candidato por «islamizar» a Francia.
Al igual que en México, en Francia no se puede hacer campaña política a favor o en contra de ningún candidato unos días antes de la elección. Pero las redes sociales no tienen normas. Los calumniadores se cobijaron en la libertad de expresión para difundir sus mentiras.
Pero ni así ganaron.