Hace unos días se difundió la noticia de que Sasha Obama, la hija mejor del primer presidente negro de Estados Unidos, trabajaba en un restaurante.  Era el Nancy´s, un pequeño local ubicado en la isla de Martha Vineyard, Massachussetts, donde sus padres suelen acudir en días de descanso. Ahí, como cualquier otro estudiante que va a trabajar en verano para ayudarse a pagar sus estudios, Sacha antiende a los clientes que piden sus órdenes desde el automóvil, limpia las mesas y prepara la apertura del local para el almuerzo. Lo único que la distingue de los demás trabajadores es que, con toda discreción, un contingente de seis agentes de seguridad la vigilan.

Dice Michelle Obama, su madre y esposa del presidente Barack Obama, que apoya el trabajo veraniego de su hija porque quiere que viva una vida normal -como la de cualquier ciudadano-, y que aspira a que su hija aprenda a ganar el dinero con su propio esfuerzo, independientemente de quién es su familia.

En el otro extremo, se encuentra Donald Trump Junior, hijo del aspirante a suceder a Barack Obama en la Casa Blanca. Es un hombre de 38 años, risueño y jactancioso, que se hizo blanco de algunas críticas por haber declarado que «las mujeres que no aguanten el acoso sexual laboral, deberían trabajar como maestras de educación preescolar.»  Donald Junior también se hizo famoso por casarse con una modelo -al igual que su padre- y por aficionarse a la cacería de elefantes en Zimbabwe, con cuyos cuerpos inertes se ha fotografiado varias veces mostrándolos como trofeos.

Donald Trump Junior es quien es por el dinero de su padre. Y eso es para él un dato insignificante.