La presencia de Hillay Clinton en el Auditorio Nacional es una escala obligada en su nueva carrera hacia la Casa Blanca. En Estados Unidos, su popularidad sube como la espuma, mientras la de Obama se apaga con su mandato. Y ella lo sabe perfectamente. Su olfato político le dice que, además de ganarse a la base de los demócratas y muchos republicanos, tiene que hacer campaña al sur del Río Bravo para ganarse en corazón de los mexicanos.
Y va por buen camino. Al asegurar que México tiene uno de los futuros más brillantes del mundo, el aplauso de los 10 mil becarios de la Fundación Telmex que abarrotaron el Auditorio fue estruendoso. También dijo que en México se han tomado decisiones inteligentes en materia de educación y energía, y sus palabras tuvieron una resonancia de gratitud y satisfacción a una cuadra del Auditorio, en Los Pinos.
De manera que Hillary se plantó como una política de visión a futuro, y se echó al bolso a tres sectores capitales de México: los jóvenes, la clase política del presente gobierno, y el poderoso grupo de Carlos Slim.
Pero la definición más importante de la mujer más cercana a la Casa Blanca está en otro terreno: los migrantes. Recientemente dijo lacónicamente que a la ola de niños que llegaron a la frontera hay que regresarlos a sus casas. Punto. Falta ver si su clarividencia alcanza para crear un mercado abierto de Norteamérica no solamente de capitales y mercancías, sino también de personas.