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Islamofobia

Durante la contienda por la candidatura de su partido, el próximo presidente de Estados Unidos dijo que implementaría sistemas de control a la población musulmana y que se deberían cerrar todas las mezquitas y centros de oración de esta religión. Aunque hasta hace unos días el Sr. Trump se retractó por medio de un comunicado oficial, uno de los integrantes de su equipo de transición, Kris Kobach, aseguró que dicho plan seguía en pie y que se continuaba trabajando en ello [1].

Es preocupante que éstas sean las ideas del próximo jefe de estado de nuestro vecino país del norte, y preocupa aún más que la islamofobia se haya posicionado como un tema clave durante la precampaña republicana y que haya funcionado como fuente de atracción de algunos cuantos (¿cientos? ¿miles?) de electores.

Varios contendientes por la presidencia de Estados Unidos se pronunciaron sobre el tema: Ben Carson dijo que un musulmán no debería poder contender para la presidencia; Ted Cruz señaló que sólo deberían entrar a territorio estadounidense sirios que fueran cristianos; y Mike Huckabee pidió al presidente de la Cámara de representantes que prohibiera la entrada a su país a las personas que huían de medio oriente.

Tanto en Estados Unidos como en Europa, parece haberse iniciado una guerra en contra del ingreso del islam al territorio de diversos países, bajo el argumento de proteger no sólo los intereses nacionales sino la vida de millones de ciudadanos. En los últimos quince años, el discurso anti musulmán ha permeado gran parte del mundo occidental. Islam, islamismo y terrorismo se han utilizado como sinónimos para explicar la violencia en el “mundo civilizado”.

Y algo hay de cierto en ello. Las religiones, cualquiera de ellas, han sido -y son- una fuente de movilización política y social, así como un elemento de legitimización de diversas causas. Hoy lo es el islam pero antes lo han sido el catolicismo, el cristianismo, el judaísmo, el hinduismo, el sintoísmo y hasta el budismo. Sin embargo, no son las religiones la causa original de la violencia, sino la manipulación que han hecho de ellas distintos grupos con objetivos mucho más carnales que espirituales.

Por ello, cabe puntualizar algunas diferencias: el Islam se refiere a la religión monoteísta creada por Mahoma; el islamismo al conjunto de movimientos políticos guiados por una ideología que se legitima a través de la interpretación del islam para satisfacer sus propios fines; y el terrorismo islamista es un conjunto de acciones violentas y letales, ejercidas en contra de la sociedad civil, con fines de venganza e intimidación.

Actualmente, más de mil millones de personas en el mundo profesan el Islam, y es considerada la segunda en número de seguidores. Es decir, una séptima parte de quienes poblamos este planeta. Pero no sólo eso. El Islam, como doctrina, entraña una gran cantidad de diferencias ideológicas. En principio, existen dos corrientes principales, los sunitas y los chiítas, pero de ellas se desprenden, por lo menos, catorce corrientes más. Algunas de ellas, por ejemplo, permiten e incluso promueven la separación religiosa de la vida política, mientras que para otras dicha separación resulta imposible; algunas sostienen que sólo sus líderes pueden convocar a la guerra santa o jihad [2] mientras que otros creen que es un deber de todos los musulmanes; finalmente, algunas se oponen radicalmente a la organización de elecciones, mientras que otras conviven naturalmente con sistemas de democracia participativa. Hablar del islam como un cuerpo homogéneo, o seleccionar ciertos rasgos de determinadas corrientes para definir su contenido es, en el mejor de los casos, una conclusión superflua y errónea. En el peor de los casos -el más común- es una mentira con intereses políticos.

El islamismo, como movimiento político, también ha desarrollado distintas formas organizativas dependiendo del contexto en el ha emergido. De hecho, se ha demostrado que los grupos que han surgido dentro de países más represivos han sido los más violentos y sanguinarios.  Algunos autores han desarrollado el concepto de “solidaridad imaginaria [3]” el cual establece que el islam, en contextos autoritarios, unifica el discurso porque no hay espacios ni recursos para el debate de ideas. Así, los diferentes grupos se unen alrededor de un discurso simple, homogéneo y popular, e “imaginan” que están de acuerdo en todo lo demás. La táctica más efectiva ha sido, justamente, agruparse en contra de un enemigo común.

En Egipto en los años veinte, por ejemplo, surgió el movimiento “hermanos musulmanes” en contra del orden colonial instaurado en esa época. Su éxito consistió en la creación de una estructura que aceptaba todo tipo de miembros, desde los más apasionados hasta los que sólo buscaban beneficiarse de su oferta de servicios públicos.

En los años setenta, el discurso islamista recobró fuerza y se abocó a condenar la opresión del sistema político y social que, según diferentes grupos, había sido responsable de su exclusión. Muchos de ellos se dedicaron a ser oposición, pero dentro de los canales institucionales y de la negociación política. Un par de décadas después, como consecuencia de la invasión de la Unión Soviética a Afganistán y la de Irak a Kuwait, surgieron las redes transnacionales jihadistas. Éstas pertenecen a una de las corrientes sunitas, la salafista, y son parte de un movimiento mucho más radical y violento alimentado por el fracaso de las formaciones islamistas “clásicas”. A esta corriente pertenecen los grupos de Al Qaeda, el Wahhabismo Saudí o ISIS.

En cuanto a los movimientos terroristas islamistas, -aunque condenables todos-, también existen diversos tipos de organizaciones con diferentes enemigos. Movimientos como Al Qaeda o ISIS tienen enemigos abstractos. Ellos se han declarado en guerra contra culturas o sociedades completas, mientras que grupos como los Hermanos musulmanes o Hamas están en contra de un gobierno o de una situación en particular. Para los primeros, su causa es santa, el terrorismo es un fin en sí mismo y la violencia es un acto purificador que sirve no sólo para alcanzar sus fines sino para demostrar su fervor y compromiso. Es por ello que los atentados con un fuerte impacto mediático y con gran cantidad de víctimas constituyen su estrategia más efectiva. Y, por cierto, las principales víctimas de estos grupos no son parte del mundo occidental sino los musulmanes que no comparten sus ideas extremistas ni sus métodos.

Por el contrario, los movimientos con objetivos o enemigos concretos utilizan la violencia como un medio para negociar, para conseguir algo en particular, por lo que sus acciones pueden detenerse una vez que lo obtienen. En Irak, por ejemplo, grupos terroristas han utilizado de forma alterna la violencia, la negociación o hasta la cooperación con el gobierno.

En su estudio Is islamist more dangerous?, James Plazza [4] demostró que aunque los grupos terroristas islamistas son los más violentos dentro de los grupos religiosos, los movimientos terroristas religiosos no han sido los que han causado más víctimas, por lo que no existe una causal directa entre el islam –o cualquier otra religión- y la producción de violencia.

Las religiones mueven masas y las generalizaciones o las simplificaciones –aunque populares- terminan siendo falsas, tramposas y peligrosas. El temor intenso, irracional y de carácter enfermizo –las fobias- son alimentadas por la ignorancia y el uso propagandístico con fines políticos, terrenales, finitos.

La historia nos ha mostrado que estigmatizar a un grupo por su ideología sólo aumenta los grados de discriminación, segregación y falta de oportunidades. Y eso constituye el ingrediente perfecto para la creación de sociedades más atemorizadas y más violentas. La historia también nos muestra que la normalización de este tipo de discursos termina por normalizar acciones infames que van en contra la dignidad humana y de todo lo que deberíamos defender en nuestras sociedades “civilizadas”.

Como se ha dicho, hay épocas en las que es preciso decidir entre lo fácil y lo correcto. Y ésta es sin duda una de ellas.

Farah Munayer

 

[1] Kobach ya había implementado dicho sistema después de los atentados del 11 de septiembre bajo la administración de George W. Bush. Debido a las críticas, el programa fue suspendido.

[2] Jihad se refiere a los esfuerzos o acciones que debe seguir cada musulmán, a la obligación (para algunos) de predicar el islam para ganar adeptos, y para otros, puede ser la guerra santa.

[3] Bayat, Asef. Islamism and Social Movement Theory. Third World Quarterly. Vol. 26. No. 6 (2005)

[4] Plazza, James. Is Islamist Terrorism More Dangerous? An Empirical Study of Group, Ideology, Organization and Goal Structure. Terrorism and political violence. Vol. 21. No. 1. January – March 2009

 

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