El año que se despide fue de fuertes temblores para Italia. En agosto, un terremoto sacudió el centro del país, dejando un saldo de casi 300 muertos. En octubre, un nuevo sismo flageló nuevamente la región central, derrumbando muchos edificios que habían sido dañados por anteriores sismos. Ante la posibilidad de nuevos sismos, fueron desalojadas miles de personas.
Pero los temblores no son solamente de tierra. El flujo de migrantes que han llegado a las costas italianas desde Siria provocó una crisis humanitaria en el Mediterráneo, y el número de muertes en sus aguas superó las 3,700 en octubre. Las Naciones Unidas hicieron un llamado de alerta para auxiliar a todos los refugiados.
Por otro lado, los temblores políticos estuvieron también a la orden del día. Por ser una de las naciones en las que más se discuten los temas políticos, Italia no ha podido tener un gobierno estable y duradero en las últimas décadas. Es un país que ha tenido 63 gobiernos en los últimos 70 años. Siguiendo esta línea histórica, este diciembre renunció Matteo Renzi -el Primer Ministro- después de perder un referéndum que apuntaba a fortalecer el Ejecutivo y restarle atribuciones al Senado.
Para muchos, se trató de un referéndum contra Renzi, la clase política y la crisis económica. Italia es una de las naciones europeas con mayor desempleo -poco más del 11%-, particularmente entre la juventud. El Producto Interno Bruto está estancado desde hace una década, y la deuda pública es de las más elevadas del continente, solo después de la deuda griega.
En las elecciones del próximo año, el malestar puede expresarse en las elecciones, e Italia puede ser otro país que se rebele contra la Unión Europea. Lo cual, según algunos analistas, puede marcar el principio de su fin.