En Arabia Saudita, el reinado de los califas más poderosos del mundo, el Príncipe heredero al trono está llevando a cabo una lucha contra la corrupción que ha afectado inclusive a sus parientes cercanos. Nadie lo creía, pero la purga anticorrupción ha alcanzado a más de 200 hombres prominentes del reino. Entre ellos se encuentran Waleed al-Ibrahim, la cabeza visible de la cadena televisiva MBC –la más importante de país- y Khalid al-Tuwaijiri, el anterior jefe de la corte del rey. Hay también 11 príncipes, dos de los cuales son sobrinos del príncipe Mohammed bin Salman, el hombre que se encuentra en el pináculo del poder del reino, y quien ordenó la detención de todos los amigos y parientes corruptos.
Pero para que las detenciones no lastimen sus derechos humanos ni las costumbres ancestrales de los hombres más poderosos del reino, las autoridades enjaularon a los sospechosos en el hotel Ritz-Carlton de Riyadh, un palacio deslumbrante con vetustos árboles de olivo, jardines alargados y palmeras ondulantes. Ahí, desde el pasado 4 de noviembre, los magnates acusados de corrupción pueden disfrutar de sus acostumbradas suites de lujo, un gimnasio de primera clase y las albercas interiores, los salones gigantescos y los espacios que conocen a la perfección porque ahí se casaron sus hijas y se reunieron sus socios y parientes para repartirse las ganancias del petróleo.
Los detenidos son acusados de abuso de poder, actos de corrupción y lavado de dinero. La mayoría de ellos se encuentran en negociaciones para lograr su libertad. Pagarán enormes sumas de dinero de acuerdo a las acusaciones de corrupción que acepten. Y todos deberán prometer que no habrá reincidencias.
El hotel de lujo dejará de ser una prisión ostentosa y abrirá sus puertas nuevamente a los turistas el próximo 14 de febrero, día del amor y la amistad. Es como la historia de Sherezada, pero las mil y una noches de encanto se reducen a unas cuantas de prisión.