En el debate de ayer se vieron nítidamente las fortalezas y debilidades de Donald Trump y Hillary Clinton. Vistas las diferencias con frialdad, Hillary ganó el debate porque tiene más preparación, más experiencia y más empaque político. Donald Trump perdió porque no solo no tiene esas cualidades, sino también porque es ignorante de la mayoría de los temas que tiene que saber un presidente.
¿Dónde está, entonces, la fortaleza de Trump?
Básicamente en su carisma. Es un hombre que habla con una gran contundencia, aunque diga barbaridades. En su alegato sobre la mentira que dijo sobre el lugar de nacimiento de Barack Obama, su desprecio hacia las mujeres, el ataque a los miembros de la OTAN, su plan secreto para acabar con el Estado Islámico, la construcción de un muro fronterizo, la idea de armar a Japón y Corea del Sur con bombas atómicas y su programa para deportar a los indocumentados, el candidato republicano habla categóricamente, como si la verdad se impusiera histriónicamente, a gritos y manotazos.
Esa es su fortaleza. Puede decirse que es la misma fortaleza que tenía Adolfo Hitler cuando llegó al poder.
El problema de tener a un candidato presidencial con un carisma semejante al de Hitler es lo atractivo que resulta para sus seguidores. Ellos conforman un contingente enorme, que comparte la ignorancia de Donald Trump y se entusiasma cuando ataca a los políticos y promete un país de una grandeza aplastante. Una nación imperialista, racista y excluyente.
La fortaleza de Trump es igual al resentimiento de la población que votará por él.