La novela de Tolstoi es universal. La guerra y la paz son las dos caras más importantes de la humanidad. Y de las sociedades. Y de los individuos.
En Colombia, un país martirizado por 53 años de guerra civil, las FARC han dado un paso definitivo para transitar de la guerra hacia la paz. Han dejado los fusiles y han tomado la palabra. Han terminado la guerra y están limpiando el fin de las hostilidades. De guerrilla armada, se han convertido en partido político. Han abrazado la democracia y sus reglas. Pero no han capitulado. Sus banderas siguen siendo las mismas. En una nación sin reforma agraria, donde la tierra sigue estando en manos de latifundistas, una de sus banderas -tal vez la más importante, por la historia de lucha campesina que encabezaron- sigue siendo el reparto agrario y la reivindicación de los campesinos como propietarios de tierra. La lucha de Zapata, cien años después.
Las FARC siguen siendo las FARC. Pero ya no se llaman Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Ahora son la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. Es un partido político, que va a contender por la presidencia de la república en las elecciones del próximo año.
El cambio no es nada fácil. Y tiene su historia. En 1990, el Movimiento M-19, conocido como un grupo guerrillero con una gran sagacidad mediática, dejó las armas para conveertirse en partido político. Entregó la espada de Bolívar que había robado. Y al ingresar a la legalidad, fue perdiendo batallas. Sus líderes fueron asesinados, perdió adeptos como fuerza propagandística, y el electorado le dio la espalda.
Las FARC tienen toda la intención de ganar las contiendas democráticas, llegar al poder y cambiar al país. Pero eso no es materia aprobada. Para empezar, enfrentan a un electorado que las identifica como las fuerzas del mal, los representantes de la violencia y los crímenes de guerra. Por eso, en una encuesta realizada después de los Acuerdos de Paz en La Habana, la mayoría de los colombianos votó contra dichos acuerdos. Parecía que querían seguir estando en guerra. Pero no. Lo que querían era un castigo ejemplar para las FARC.
Por eso mismo pasar de la guerra a la paz no es nada sencillo. Es un proceso de depuración y limplia interna. Un cambio de domicilio interior. Una transformación que implique ver a los antiguos enemigos como hermanos. Un nuevo piso. Un terreno común que implique tolerancia, aceptación y respeto. No más guerra. No más venganza.
Algo muy difícil, realmente.