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La literatura es una balsa

El hombre que aparece en la fotografía se llama Abu Sami, y es uno de los pocos sobrevivientes de los barrios orientales de Aleppo, la ciudad crucificada por la guerra en Siria. Su historia es verdaderamente increíble: aguantó cuatro años y medio de guerra sin salir de su casa.

En un reportaje espléndido de Robert F. Worthmay para The New York Times, Abu Sami narra el día que salió de su casa porque cesaron las balaceras. Los soldados del régimen de Bashar Al Assad habían logrado expulsar a los rebeldes, y las calles estaban desiertas. Más bien, eran un cementerio lleno de escombros. Los aviones rusos habían sometido al barrio a un bombardeo incesante, las escaramuzas entre fuerzas rivales se sucedían al finalizar cada día, y por las noches era muy difícil conciliar el sueño entre las explosiones.

Por más inverosímil que parezca, Abu Sami se olvidó de la guerra. Se encerró en su casa, y levantó un parapeto gigantesco sobre su cabeza para no pensar en las balaceras. Vivía comiendo muy poco, de las verduras de su propio huerto. Insectos, también. Recolectaba el agua de lluvia en ollas y las hervía en un fogón. Cultivaba aloe y yerbas medicinales para mantener medianamente su salud. Un día la traición de una muela lo tumbó del dolor, y terminó por sacársela con unas pinzas. Es un hombre muy ordenado. Se cortaba el cabello regularmente, y trataba de mantener la limpieza de la casa. Todo era muy difícil. Los techos se desgajaban por las riadas de metralla, y por todos lados se acumulaba el polvo y las esquirlas de bala.

Abu Sami es un Robinson Crusoe urbano. Un sobreviviente del holocausto. Antes de la guerra era un profesor universitario, y los libros que conservó en su casa le sirvieron de balsa salvavidas. Diario se encerraba en ellos. Tenía los ensayos completos de Freud, casi todas las novelas de Henry Miller, las obras de Shakespeare y Moliere. La vida se encontraba en cada página de sus libros.

Para entender su tesón y su bravura, hay que repetir las letras que condensan su extraordinaria hazaña: en cuatro años y medio, jamás abandonó su casa.

Y cuando el periodista le preguntó el porqué no había huido, como todos sus vecinos, Abe Sami le respondió: porque ésta es mi casa.

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