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La mano de Dios

Ante la ola de arrestos y deportaciones que ha realizado la administración de Donald Tump contra los migrantes, algunos de ellos se han refugiado en iglesias para evitar el brazo armado de la policía. Ese fue el caso de Javier Flores García, un mexicano que ante la amenaza de ser separado de su familia buscó refugio en una iglesia metodista del centro de Filadelfia. Los ministros del culto lo escondieron en el sótano, y una organización de apoyo a los migrantes llamada Juntos le brindó apoyo jurídico y legal.

A lo largo de 11 meses, Javier no salió del templo. Trabajaba ahí, ayudaba a los oficios litúrgicos y la remodelación del templo, y a cambio de sus labores recibía techo, comida y la visita clandestina de su mujer y sus hijos. Parece una novela de Dickens o Victor Hugo, pero en realidad fue una coartada para evitar la deportación.

Y la novela tuvo un final feliz. Gracias a la protección de los prelados y el apoyo de Juntos Javier logró una visa especial para las víctimas de delitos que ayudan a las investigaciones de la policía. Fue una salida heterodoxa, pero gracias a ella Javier pudo salir del templo, caminar libremente por las calles y regresar a su casa.

Pero es un caso excepcional. La administración de Trump va ganando la batalla contra los migantes, ya que el promedio de arrestos al día está en alrededor de 400 personas al día. El caso de Javier es apenas uno de los siete casos que al refugiarse en las iglesias han logrado visas temporales para evitar la deportanción. Y los templos son, según la ley y la Agencia Inmigración y Control de Aduanas, «lugares muy delicados para llevar a cabo arrestos y deportaciones.»

Tal vez, con la publicidad del caso, la condición de los templos cambie. Pueden ser lugares claves para que la policía capture a los migrantes antes de encontrar refugio. O pueden llegar a convertirse en verdaderas Arcas de Noé en el diluvio de los arrestos. «Fue la mano de Dios», dijo Javier al salir del templo.

 

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