En esta jornada electoral en Estados Unidos el mundo entero se pregunta qué va a suceder con la democracia del país más poderoso del mundo. Lo más lógico -lo que debería pasar- es que los ciudadanos acudan a las casillas electorales, que los votos se cuenten y que se conozca al ganador después del conteo. Pero ese escenario, normal para cualquier democracia, es una posibilidad que ahora se ve muy remota en una nación que ha sido vapuleada por la pandemia, los rumores, las declaraciones alarmistas, las amenazas, el racismo y la violencia ocasional.
El principal promotor del desorden es la persona que debería mantener el orden bajo cualquier circunstancia: el presidente del país. Con sus insultos, sus amenazas, sus fobias y sus arengas, Donald Trump ha cocinado un caldo de cultivo para que se descalifiquen los resultados, se crea en el fraude y se pretenda anular el proceso.
Trump tiene millones de seguidores. Y es el presidente de la nación. Puede ser la mecha de un sinnúmero de explosiones.