El enclaustramiento derivado de la pandemia ha sido visto como una tragedia medieval para muchos paseantes que hacen de la vida callejera el centro de la vida a secas; es decir, para todos aquellos que han extendido los brazos del hogar hacia el café de la esquina, la visita al mercado, el intercambio de noticias con los demás pobladores del barrio, la vida pueblerina donde todo el mundo se conoce o el simple paseo donde el anonimato es una forma de convivir aunque nadie se conozca. Para todos ellos, el encierro es insoportable, y la vida en familia se convierte en una cárcel que presagia nuevas pandemias y encierros más prolongados y martirizantes.
Sin embargo, hay algunos individuos y sobre todo algunas empresas que no solo disfrutan los encierros, sino que los convierten en fuentes de riqueza. Basta pensar, por ejemplo, en la firma Amazon, que empezó vendiendo libros por Internet y que se ha convertido en un monopolio formidable para las ventas en línea. Como todo mundo sabe, en Amazon se pueden comprar no solamente libros y discos, sino también ropa, artículos para el baño, sábanas, muebles, artículos de cocina, lámparas, sillones y mesas de todo tipo, artículos deportivos, zapatos, computadoras, bolsas para dama, tejidos y artículos de decoración.
¿Y cómo le ha ido a Amazon con la pandemia, si no vende artículos médicos y medicinas? Pues de maravilla, porque cada encierro familiar representa un escaparate de ventas en las computadoras de los hogares. Las ventas por Internet se duplicaron el pasado mes de mayo. ¿Y quién empaca los bienes?: Amazon. ¿Y quién los envía? Amazon, también. ¿Quién se queda con la mayor parte de la ganancia? Adivínelo usted.