La noticia macabra del día es que Kim Jung-un, el tercero en la dinastía que gobierna Corea del Norte, mandó ejecutar al arquitecto que construyó el moderno aeropuerto de Pyongyang, porque no le gustó el diseño.
No es la primera vez que ocurre una muerte de esa naturaleza. En junio se confirmó la noticia de que el Ministro de Defensa había sido ejecutado porque tuvo la mala fortuna de dormirse en una reunión de gabinete frente a su jefe, y la prensa de Corea del Sur ha reportado que en los últimos 15 años el benjamín de la dinastía ha dado cuenta de aproximadamente 70 altos funcionarios que pudiesen hacerle sombra. El caso más difundido fue el de un funcionario que además era su pariente -su tío directo-, que llegó a ser el segundo de abordo del régimen y que fue juzgado por «delitos cometidos para perjudicar a la economía.» En el fondo, el funcionario estaba impulsando reformas que llevaran a Corea del Norte a seguir el modelo chino.
Con la última ejecución, Corea del Norte y su dictador se consolidan como un sistema anacrónico que en algún momento sucumbirá por sus propios excesos.