La República de Sudán del Sur es el país más joven y más pobre del mundo. Tiene apenas 6 años de reconocimiento oficial como nación, y es uno de los muchos Estados fallidos, como se les llama a esos gobiernos caóticos que fracasan al tratar de mantener la unión de su territorio y el bienestar de su población.
Sudán del Sur es un territorio flagelado desde hace siglos por el colonialismo, la esclavitud y la pobreza. A la vuelta del siglo pasado, fue víctima de una guerra civil inclemente, donde las tribus originarias se disputaron el derecho a gobernar a todos los demás imponiendo su propio linaje. Una costumbre que se ha expresado crudamente a través de la historia, y cuya vigencia atraviesa diversos territorios y fronteras, desde los pueblos más atrasados de África hasta la nueva ideología de la Casa Blanca.
En 2011 Sudán del Sur fue reconocida como nación independiente. Ganó su soberanía después de una lucha encarnizada contra Sudán del Norte, llamada simplemente la República de Sudán. Y en ese momento sus 10 millones de pobladores estallaron en júbilo, con la promesa de lograr un estado de desarrollo y bienestar hasta entonces impedido por su contraparte del norte, un territorio de largo dominio musulmán.
Pero en apenas un lustro de existencia como nación soberana, el gozo se disolvió como afectado por un maleficio. Sudán del Sur cayó presa de los enfrentamientos tribales. Primero fueron las tribus más numerosas, los Nuer y los Dinka. Luego la confrontación envolvió también a los grupos minoritarios, los Azande, los Shilluk, los Moru, los Kakwa y los Kuku. Todos contra todos. El actual presidente, oriundo de la tribu Dinka, después de blandir contra los opresores del norte los principios básicos de autonomía, igualdad, justicia y libertad, ha desarrollado recientemente una táctica de tierra arrasada en las aldeas de sus enemigos. Lo que las Naciones Unidas han observado en días recientes ha sido una nueva guerra, donde los soldados y las fuerzas oficiales atacan a las aldeas incendiándolas, violando a las mujeres y masacrando a los niños.
El resultado ha sido, además, una hambruna que no se veía desde 1983, cuando el fotógrafo Kevin Carter tomó la fotografía que ganó el Premio Pulitzer de ese año, y que mostraba en las llanuras de Sudán a un buitre esperando la muerte de una pequeña niña sin fuerzas para arrastrarse.
Mientras tanto, el saqueo de los recursos petroleros puede documentarse en las calles de Nairobi, en el vecino país de Kenya, donde los oficiales y funcionarios de Sudán de Sur se pasean en sus automóviles últimos modelos.
Todo esto ha llevado a muchas voces de las Naciones Unidas a preguntarse si el mundo no debería intervenir ante esta catástrofe, y conformar un gobierno de transición organizado en el seno de la ONU y la Unión Africana, para ayudar a una nación que se desangra a raíz de su independencia.
El gobierno interno -dominado por la tribu Dinka-, dice por supuesto que eso sería inadmisible, porque iría contra su sacrosanta soberanía.
(Información de The New York Times y BBC)