En una época de catástrofes, las predicciones son aún más catastróficas. Los jinetes del apocalipsis cabalgan a todo galope. La peste, el hambre, la guerra y la muerte parecen haber sentado sus reales en los cinco continentes. Solo nos falta la guerra, siempre presente aunque al acecho, esperando el momento oportuno para dar el hachazo.

Con la peste del coronavirus, el hambre ha extendido sus dominios. Decenas de millones de personas tienen menos para comer. En términos estadísticos, se consideran los habitantes de ese territorio enorme y baldío llamado la pobreza extrema. Son los pobres que ganan 2 dólares cada día, o aún menos de esa miserable cantidad. Hasta antes de la pandemia, se consideraba que en la pobreza extrema sobrevivían cerca de 734 millones de personas dispersas en los cinco continentes, pero sobre todo en los países africanos que se encuentran al sur del Desierto del Sahara.

Con la llegada del coronavirus, se calcula que una enorme masa de 420 millones de personas pasarán a engrosar las filas de la pobreza extrema. Las Naciones Unidas pronostican que cerca de 130 millones que se encuentran en ese universo estarán al borde de la muerte por hambre a finales del presente año. World Vision, una organización religiosa que se ocupa del tema, sostiene que un número aproximado de 30 millones de niños estarán en esa condición desesperada.

Una catástrofe que mata más que la pandemia.