En Brasil, al igual que en México y muchos otros países de América Latina, la corrupción es la espada de Damocles que pende sobre las cabezas de los políticos. La forma de operar es siempre la misma: los políticos acumulan grandes fortunas mediante contratos multimillonarios con sus propias empresas. O desvían fuertes sumas del presupuesto para sus propios bolsillos en las Islas Caimán. Y al conocer los actos de corrupción de sus allegados, se vuelven muy discretos.
Lo que distingue a Brasil de otras naciones donde la corrupción forma parte del arte de gobernar, es que las instituciones encargadas de decapitar a los políticos corruptos sí funcionan. Hace menos de un año, en un proceso cuestionado por sus deficiencias, la presidenta Dilma Rousseff fue destituida de su cargo por un supuesto maquillaje de documentos fiscales. En este caso no hubo robo, ni desvío de recursos, ni aceptación de dinero a cambio de prebendas. Simplemente las cifras de la recaudación no se ajustaron, y la presidenta tuvo que salir del Palacio de la Alborada, la residencia oficial del cargo mayor en Brasil.
Pero la guillotina no se detuvo en el caso de la presidenta. En abril del presente año se dejó caer sobre el cuello de Eduardo Cunha, quien fuera el presidente de la Cámara de Diputados, y el verdadero verdugo de Rousseff. Un juez lo encontró culpable de corrupción, lavado de dinero y envío ilegal de fondos al extranjero. Todo relacionado con la poderosa empresa Petrobras, el gigante petrolero comparado a Pemex. Cunha fue sentenciado por haber recibido 35.5 millones de dólares en la adquisición de un campo petrolero en 2011.
Y en estos días, cuando la Fiscalía analiza los cuellos de 83 políticos supuestamente implicados en actos de corrupción en diferentes actividades, la pesquisa implica también al actual presidente Michel Temer. La Fiscalía dio a conocer un audio en el que el presidente avala el soborno a Eduardo Cunha, lo cual disparó un movimiento en el que aliados y oposición pidieran el fin del gobierno y nuevas elecciones.
Temer dice que no tiene nada que temer, pero el proceso está en marcha.