EL TECLADO DEL DIRECTOR
¿Es posible que con un acto de justicia, que pone fin a una cadena de fechorías perpetradas con cinismo, la sociedad amanezca con una puerta abierta hacia nuevos horizontes? ¿Es posible que con el encarcelamiento del ladrón se acaben los robos que cometía?
Sí. Eso es posible si cambian las condiciones que permitieron al ladrón aprovecharse de sus víctimas. Si las condiciones no cambian, otros vendrán para cometer los mismos atropellos.
La educación en México parece estar en el umbral de un anhelado y postergado cambio. Una transformación de tal envergadura y a la vez tan sencilla como el hecho de que los maestros se sometan a exámenes y se capaciten. Que se conviertan en maestros por sus propios méritos. Que se acaben los puestos heredados, los contubernios políticos, las prebendas gremiales, las inercias pedagógicas y las deficiencias académicas. Que los niños tengan la educación que merecen. Y que México, a través de su educación, crezca.
La reforma educativa no fue un golpe de timón sorpresivo. Fue un movimiento que se gestó al interior de las escuelas y universidades, impulsado por las organizaciones sociales, apoyado por los partidos políticos, difundido en artículos y películas, sugerido por instituciones internacionales, reclamado por la sociedad en su conjunto.
En 1991, Gilberto Guevara Niebla publicó un artículo que preguntaba si México era un país de reprobados. Un examen independiente aplicado a más de siete mil alumnos en todo el país reveló que el 84% de los alumnos de primaria y el 96% de los de secundaria no obtuvieron calificaciones aprobatorias. En adelante los promedios no mejoraron sustancialmente. En 2006 los reprobados en matemáticas fueron el 81%. Y en 2012, aunque la cifra se redujo al 63%, el nivel de nuestros alumnos sigue siendo deplorable.
El año pasado la película “De Panzazo”, producida por la organización Mexicanos Primero, exhibió en menos de dos horas la mayoría de nuestras miserias educativas. Ni siquiera sabemos, de manera oficial, cuál es el número de nuestros maestros. Si nos comparamos con una nación como Corea del Sur, que en 1970 estaba económica y educativamente por debajo de México, resulta que hoy nos supera con creces en ambos aspectos.
Al margen de las autoridades educativas, muchas organizaciones sociales han metido los brazos al campo de la educación para tratar de cambiar esta situación. En el Centro Mexicano de la Filantropía existe una veintena de agrupaciones educativas que buscan el cambio. Unas ponen el acento en los maestros; otras, en los alumnos; otras más, en las autoridades y las escuelas. En Monterrey, el joven empresario Alfonso Romo ha importado de otras latitudes los modelos que buscan crear en los niños, desde temprana edad, un sentido germinal de responsabilidad y la convicción profunda de que ellos pueden cambiar su entorno.
¿Cuántos años necesitamos para alcanzar los niveles educativos de Corea del Sur? No lo sabemos. Pero hemos dado el primer paso. Con la reforma constitucional, se ha desmontado un poder burocrático que mantuvo durante décadas al sistema educativo en pésimas condiciones. Lo que viene ahora es una carrera sin tregua contra la inercia.