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La última de Dylan

Allá en 1965, en un año perdido entre las brumas del neolítico si lo comparamos con el vertiginoso y deslumbrante mundo de ahora, Bob Dylan exprimió sus jóvenes neuronas con una fuerza tan poderosa que logró sacar de su ronco pecho Like a rolling stone (Como una piedra rodante) que ha sido considerada por la revista Rolling Stone -valga la redundancia- la mejor canción de todos los tiempos.

Y no era una canción de amor. Todo lo contrario. Habla de una joven hermosa, pudiente, orgullosa, enjoyada, ciega  ante las desventuras de sus semejantes, alejada del mundanal olor de la pobreza, que por las vueltas que da la vida lo pierde todo. De pronto se queda sin hogar, sin ropa, sin destino en la vida, sin secretos que esconder, y tiene que mendigar para obtener comida. ¡Ah! «¿Qué tal se siente eso? Estar sola, sin el camino de regreso a casa, como una perfecta desconocida, como una piedra rodante?»

La letra era una crítica social con cierto sabor amargo y un velado gusto por la venganza. La canción levantó la cejas de los críticos, y las estaciones de radio se negaron a reproducirla porque era muy larga. Pero a la vuelta de los años se convirtió en un himno.

Después Dylan incursionó en todo tipo de géneros musicales, popularizó el folk, imprimió su sello en el jazz, country, rock y blues. Parecía querer hacer añicos todo. Y entonces, sin proponérselo, empezó a coleccionar premios. Sin mucho esfuerzo obtuvo una larga lista de GMA Awards, Globos de Oro y Grammys, se convirtió en Caballero de la Orden de la Cultura y las Letras de Francia, ganó el Premio de Música Polar de la Real Academia Sueca de Música, el Premio Príncipe de Asturias en España y el Premio a la Libertad que le fue entregado por Barack Obama. Un poco malhumorado ingresó al Salón de la Fama del Rock and Roll.

En el colmo del éxito por los galardones obtenidos, Bob Dylan se llevó todas las palmas y los abucheos al ganar el Premio Nobel de Literatura en 2016. Eso sí que fue un escándalo. ¿Un Nobel de Literatura otorgado a un cantante? ¿Bob Dylan por encima de Philip Roth, Jonathan Franzen, Javier Cercas, Haruki Murakami? El mundo se había puesto de cabeza. Y Dylan, fiel a su estilo desenfadado, no apareció en público. Y para irritar más a sus críticos, se tomó su tiempo para ir a recoger la estatuilla de la polémica.

Ahora Dylan ha regresado a la escena. Como todo un artista, claro. Se ha convertido en fabricante de  Whisky. O Whiskey, como le llaman a la bebida en Estados Unidos. Su marca se llama Heaven´s Door (La puerta del cielo), y comprende tres diferentes tipos de whisky: rye, bourbon y Doble Barril, el cual, según dice el poeta, hace sentir que uno se encuentra bebiendo en un local de madera.

Hacer whisky debe ser todo un arte, sin duda. Pero como muchas otras cosas, su elaboración se encuentra inmersa en los vaivenes del libre mercado. La botellas de Heaven’s Door costarán $1,000 y $1,600 pesos mexicanos. Pero es improbable que Bob Dylan busque ahora ganar unos cuantos centavos con su producto. Más bien, busca su consagración como el fabricante total, una especie de Leonardo Da Vinci enclaustrado en su taller de Los Ángeles, donde se dedica de tiempo completo a la escultura.

O tal vez quiere como siempre salirse de todas las etiquetas, burlarse de sus fiscales, decepcionar a sus fans. Como cuando fue nombrado el rey de la contracultura, y empezó a hacer anuncios para Apple, Pepsi, Cadillac e IBM.

 

 

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