En el conflicto que ha ensangrentado a Ucrania y que ha arrojado al exilio a medio millón de refugiados, el fantasma de la Unión Soviética es un actor que juega un papel muy relevante. Cuando existía la URSS, el equilibrio entre oriente y occidente era mucho más estable. Pero al desaparecer la Unión Soviética, los países que la conformaban se convirtieron en el botín más preciado para las fuerzas en pugna. Cada bloque luchaba con todas sus fuerzas para que los países que salían de la órbita del rival formasen parte de la esfera propia. Y eso sucedió en buena medida. Los países bálticos -Lituania, Estonia y Letonia-, así como Polonia y Rumanía, pasaron dejaron la Unión Soviética para saborear las mieles del capitalismo y, en materia de seguridad nacional, formar parte de la OTAN. Y ese despliegue, visto en un mapa, es lo que le vuela los sesos al presidente de Rusia. Vladimir Putin observa ese avance como un ataque no solo a su país, sino a su propia persona. Y está decidido a defenderse con uñas y dientes.
La solución parece simple: basta con convocar a un referéndum entre los ciudadanos de Ucrania. ¿A dónde quieren irse? ¿Quieren formar parte de la Unión Europea? ¿O prefieren seguir siendo parte de la órbita de Rusia?
Todo mundo sabe que los ucranianos ya votaron. Lo dice su sólida resistencia. Pero su voluntad no importa. Lo que importa es, por un lado, que nadie quiere provocar otra guerra mundial. Y por el otro, que en el fondo del escenario bélico se encuentra la férrea voluntad de Vladimir Putin