Mohammad Youssef Abdulazeez se llamaba el hombre que atacó las instalaciones militares de Chatanooga, en el estado de Tennessee. Era un joven de 24 años que estudiaba ingeniería eléctrica, fue aficionado al box en un tiempo, tenía problemas de depresión, alcoholismo, drogadicción y endeudamiento, y en su fuero interno albergaba la idea de que el suicidio podía llevarlo al martirio.
Había nacido en Kuwait, estaba empapado en lecturas del Corán, pero no tenía vínculos con grupos fundamentalistas o terroristas. Llevaba un diario íntimo en el que mencionaba sus aspiraciones religiosas y sus intenciones suicidas, pero no tenía un plan definido para hacer lo que hizo.
El pasado sábado 26 de julio, a las 10:30 de la mañana, Mohammad inició su periplo hacia la muerte. Primer fue a una zona comercial donde se encuentra un centro de reclutamiento del ejército, y desde su Mustang convertible disparó una andanada de 20 o 30 balazos, hiriendo a una persona. De ahí partió burlando la persecución hasta un cuartel militar cuya puerta embistió con su automóvil, y asesinó a cuatro militares antes de caer abatido.
«¿Qué es lo que impulsa a estos hombres hacia el terrorismo doméstico?» se pregunta Mitchell D. Silber, quien fuera Jefe de Inteligencia de la Policía de Nueva York en un artículo de la revista Time. las causas son múltiples, responde, pero lo más importante es saber cómo detectarlos a tiempo. Según Silber, el uso de las redes sociales es muy importante, porque en ellas los radicales del Islam exponen sus puntos de vista e inclusive llegan a plantear la posibilidad de llevar a cabo sus ataques. Otro instrumento, propio de la inteligencia policíaca, es infiltrarlos con agentes secretos para conocer sus planes, y poner en alerta a las autoridades para desactivarlos a tiempo. Pero nada de esto es fácil. Hace falta, todavía, un estudio mucho más profundo para desentrañar sus motivos, y vacunar a la sociedad sobre este tipo de virus social que se vuelve terrible y destructivo.