En épocas de oscuridad e incertidumbre -como la nuestra-, mucha gente tiende a creer que existe un cerebro que es el gran organizador de mentiras y trampas creadas para sus propios fines. Este cerebro vive oculto para la opinión pública, y desenmascararlo solo es tarea de unos cuantos clarividentes.
En Estados Unidos, algunos sectores piensan que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades han exagerado la amenaza de la COVID-19 para socavar el poder del presidente Donald Trump. Y el presidente Trump, por su parte, se ha encargado de divulgar otra teoría conspirativa, culpando a China de ser el origen y promotor de la propagación del virus.
Los cálculos en torno a la cantidad de estadounidenses que realmente creen en las teorías conspirativas rondan en el 50 por ciento de la población, pero esa cifra podría quedarse corta. Eso significa que cerca de la mitad de la población cree que las grandes decisiones no son tomadas por la población, sino por una entidad ajena, que pueden ser las grandes corporaciones, las mafias, los intereses ocultos o los medios de comunicación.
Es una interpretación que puede ser contraproducente para el ganador en esta época electoral.