Libo se llama la indígena que cuidó a Alfonso Cuarón en su niñez, y quien lo inspiró para realizar una película fuera de serie. Roma, un título en honor a la colonia de la Ciudad de México donde Cuarón pasó su niñez y su juventud, es un relato plástico sobre la clase media mexicana, pero no basado en la vida común y corriente de la familia, sino en la vida fantasmal de la trabajadora doméstica que cuida a los niños.
Roma parece a primera vista un documental. Un fragmento de una vida familiar, marcada por el abandono del padre y la ruptura del matrimonio como consecuencia natural del infortunio. La madre se queda con los hijos, y asume la pesada carga de mantenerlos sin el padre. Casi no cuenta con apoyos. Ahí está su madre, una anciana que se asoma a la película desde un papel bastante menor, que acompaña a su hija y a sus nietos desde la esquina de la mesa del comedor, y quien no tiene ni voz ni voto en la política familiar ni en la trama.
El verdadero protagonista y ombligo de la cinta es Cleo, una mujer indígena que interpreta a Libo y que se lleva la película moviendo apenas la cabeza para observar su entorno. Es una mujer que aparece siempre a la zaga. En el silencio proverbial de las sirvientas. Tiene una amiga -parte también de la servidumbre- con quien cruza bromas ocasionales en la cocina. Queda embarazada, casi sin saberlo, de un joven que le presume sus destrezas marciales en la época de la represión a los movimientos estudiantiles. No es nadie. Nada. Pero cuando se trata de salvar vidas, Cleo se pone al frente del heroísmo suicida.
Roma se ha convertido en un ariete de los movimientos que demandan los derechos plenos para las trabajadoras domésticas. Y una fuerte aspirante para las estatuillas de los Óscares. Sin embargo, no sabemos si Cuarón tenía aspiraciones de corte laboral cuando realizó la cinta. Y seguramente no pensaba en adquirir otro Óscar. Pero su trabajo ha marcado la recuperación de una época perdida.