Hace poco más de tres meses la editorial Presses Universitaires de France (PUF) anunció la inauguración, en París, de una librería donde se podrá imprimir un libro en unos cuantos minutos, el tiempo que lleva tomarse un café. De un catálogo con millones de títulos, será posible elegir alguno cuya escasa demanda resultaría insuficiente para considerarla rentable en una impresión tradicional. La producción de un solo volumen, realizada con un robot impresor cuyo nombre es “Espresso Book Machine” pondrá al alcance del público el libro deseado con portada incluida.
En un momento en que el libro empieza a ser sustituido exitosamente por las tabletas electrónicas donde es posible acceder a una gran cantidad de títulos a precios muy atractivos, la apuesta del “libro instantáneo” parece arriesgada. El objeto como tal, el libro, no acaba por ceder su reino al mundo de la electrónica, con todo y sus inconvenientes.
Acumular libros puede sujetar a las personas indefinidamente a un espacio. Sólo de pensar en la tarea que significa guardar una biblioteca en cajas puede persuadir al más pintado para cambiarse de casa. Por algo dicen los chinos que una mudanza es peor que un incendio.
Los libros electrónicos, aún cuando se pueden manipular para subrayar, hacer comentarios, categorizar y un sinfín de funciones más, no podrán sustituir al placer del tacto sobre una página de papel. Resulta algo similar a las películas en casa. Se pueden tener pantallas alucinantes con gran resolución y bocinas que reproducen audios con absoluta nitidez, pero nada podrá ser igual al placer de ver una película en un cine, en pantalla grande.