Hay personas en este mundo que no deberían morir. Son los que enfrentan la vida como lo que verdaderamente es, un viaje muy corto al que hay que sacarle el mayor provecho, porque es un regalo de colores, sabores, vientos, olores, ritmos, paisajes, niños, aventuras, risas, ríos, casas, océanos, vuelos, montañas, pueblos y ciudades. Son las personas que conocen el dolor, la pérdida y la pena, pero que jamás se dejan gobernar por esos enemigos pasajeros. Son los que siempre saludan con una sonrisa franca, porque la alegría es su bandera.

Así es Alicia Ibarra de Bárcena, una mujer de una risa contagiosa y una sabiduría a prueba de aflicciones. Los que tuvimos el privilegio de conocerla desde pequeños, jamás olvidaremos sus enseñanzas de vida. Era un trino que se quedaba parpadeando hasta la noche, un regalo inagotable, un abrazo lleno de amor y comprensión. Por eso ahora, cuando las esquelas dicen que se ha ido, los que la conocemos sabemos que sigue feliz entre nosotros.