Se iniciaron las campañas de los partidos polítos. La población está inerme. No sabe si apagar la televisión y el radio, salirse del cine, quitarle el sonido a los aparatos hasta que regresen los programas habituales o de plano recibir los spots con resignación, a sabiendas de que se repetirán religiosamente en los próximos cortes.
Gracias a los publicistas, o más bien desgraciadamente por ellos, la política se ha reducido a un cúmulo de mensajes de 20 segundos que tratan de llamar la atención de los electores, pero que a la larga logran justamente lo opuesto: mareo en las primeras semanas, asco en las que siguen, y el borde del vómito en las últimas.
Las ideas brillan por su ausencia. Los debates no existen. En el reino de las imágnenes pubicitarias, las propuestas se diluyen.
Habría que cambiar de formato.