En Singapur, un país que presume de un desarrollo tan pujante como el de los países europeos occidentales, el calor se ha convertido en un enemigo a vencer para el gobierno. En estos días del verano, la temperatura llega a más de 30 grados Celsius y sigue en ascenso (ver fotografía). La humedad es del 75 por ciento. El sol deslumbra siempre desde los cristales de los edificios altos.
Por eso en Singapur se han reunido catorce voluntarios, seis climatólogos y un carrito biometeorológico llamado Smarty, que diariamente llevan a cabo una “caminata por el calor” en el área del centro de esta ciudad-Estado del sureste asiático. Los voluntarios usan dispositivos para medirse la frecuencia cardiaca y la temperatura de la piel. Winston Chow, el investigador principal, siempre observa las escenas mientras un hilo de sudor baja por su frente.
Chow y su equipo forman parte de Cooling Singapore “Refrescando a Singapur”, un proyecto multi institucional que se puso en marcha en 2017 gracias al financiamiento del gobierno de Singapur. La meta actual del proyecto es construir un modelo de computadora, o un “doble digital del clima urbano”, de Singapur, que les permita a los legisladores analizar la eficacia de diversas medidas para mitigar el calor antes de invertir recursos en soluciones que tal vez no funcionen. Se trata de una investigación que el gobierno espera que se pueda replicar en todo el mundo.
En esta ciudad-Estado, se volvió carísimo mantener los aires acondicionados en constante funcionamiento. De acuerdo con una encuesta gubernamental de 2019, cerca del 25 por ciento de las familias de bajos ingresos que habitan en apartamentos de viviendas sociales tienen aire acondicionado. En 2019, un ministro de Estado señaló que los aires acondicionados representaban un alto porcentaje de las emisiones de carbono procedentes de los edificios y las casas, la segunda fuente más alta después del sector industrial.
Es evidente que la urbanización ha hecho de Singapur una ciudad mucho más calurosa que en los años anteriores. En las últimas décadas, el gobierno transformó esta ciudad-Estado al construir rascacielos, y desplegar edificaciones de concreto, acero y vidrio donde alguna vez estuvieron los bosques naturales de la isla.
Eso contribuyó de manera directa a lo que los climatólogos denominan el efecto del “calor urbano de la isla”, donde la diferencia entre el centro de Singapur y los bosques de la zona noroeste de la isla puede ser mayor a los 7 grados Celsius.
En Bencoolen Street, donde los edificios altos bloquean el sol de la mañana, la temperatura radiante media fue de 27,7 grados Celsius. Aproximadamente a unos 500 metros de distancia, en Queen Street, una zona que está más expuesta al cielo, la temperatura es de 52 grados.
“La hipótesis que prevalece ahora es que la presencia o ausencia de sombra en un lugar como Singapur es determinante para adaptarse a la exposición al calor”, dijo Chow. Para abordar esto, Singapur se comprometió a sembrar un millón de árboles para 2030; hasta ahora, se han plantado poco más de 388.000.
Falta un largo camino por recorrer.
Pero para todos los habitantes, valdrá la pena.