En China, una potencia capitalista que inunda al mundo con millones de mercancías, el pensamiento revolucionario de Mao Tsé Tung ha regresado a las clases. El sucesor del líder histórico, el actual presidente Xi Jinping, es el principal impulsor de una política educativa que busca implantar las ideas centrales de Mao en más de 283,000 escuelas primarias y secundarias, para educar nuevamente en el maoísmo a más de 181 millones de alumnos.
Aparentemente, el maoísmo es una ideología caduca e inservible para ayudar a los niños y jóvenes universitarios que tendrán que capacitarse en matemáticas, idiomas, economía, administración y mercadotecnia para poder enfrentar un mundo sumamente competitivo. ¿De qué sirve el Libro Rojo de Mao en los lujosos corporativos de los edificios rutilantes de Shanghai?
Y sin embargo Mao todavía tiene peso, porque su nacionalismo es la base de un orgullo necesario para que China pueda imponer al mundo sus valores. Por eso los niños han vuelto a recitar las frases de Mao como si fuera catecismo, se han empapado de la cultura milenaria china sin descartar a Confucio, se enorgullecen de los logros militares del Partido Comunista contra la invasión japonesa de la Segunda Guerra Mundial, y están abriendo los ojos al hecho de que su país está llamado a dominar al mundo del futuro. En las escuelas aprenden la versión china del Destino Manifiesto y el triunfo en la economía global. Poco importa que la simiente sea una ideología que se nutrió de las ideas de Marx sobre la lucha de clases y la dictadura del proletariado. La revolución cultural muy bien puede ser la punta de lanza del nuevo imperialismo.
Si. Aquí cabe como nunca antes la amalgama del capitalismo y el comunismo. Hay que innovar para salir adelante en el mundo competitivo de la economía mundial. Como decía Mao, «que florezcan cien flores, y compitan cien escuelas».