El triunfo de Angela Merkel en Alemania la convierte en la figura política más sólida de Europa, y uno de los baluartes del equilibrio entre las fuerzas centrífugas del mundo. Dicen sus opositores que su triunfo es una victoria pírrica -ganó con un 32.9%-, pero lo cierto es que su permanencia como canciller de la potencia alemana pone en evidencia una visión política que le ha dado grandes resultados.
Cuando llegó a la cancillería en 2005, pocos apostaban por la longitud de su horizonte político. Hija de un pastor luterano en la República Democrática Alemana -donde la religión era mal vista por el gobierno socialista-, orientada hacia las ciencias exactas -estudió química cuántica y se dedicó a la investigación hasta 1989-, heredera de un escándalo financiero al interior de su propio partido -la Unión Democrático Cristiana-, y siendo la primera mujer al frente del Estado Alemán en la historia, nadie la veía como una mandataria capaz de sortear las turbulencias políticas de su tiempo.
Y sin embargo lo hizo. Apoyada en un grupo de asesores pragmáticos, Merkel resolvió la crisis financiera de 2007 logrando ampliar los niveles de empleo, y su política exterior la convirtió en los hechos en la figura líder de la Unión Europea. Cuando el Reino Unido tuvo la mala ocurrencia de salirse del bloque, la canciller estrechó lazos con Emmanuel Macron, nuevo presidente de Francia. Y cuando las olas de migrantes y refugiados inundaron las fronteras de Europa, Merkel no dudó en torcer los cánones de su propio partido y le abrió las puertas de Alemania a todos los refugiados de las guerras en los países árabes, especialmente de Siria.
Y más recientemente, ante los amagos de Donald Trump de romper los equilibrios económicos, militares y nucleares del mundo, Merkel surgió como un dique de contención de sus desvaríos y balandronadas.
Con la reelección de Ángela Merkel, Alemania ha puesto su parte para contribuir a la estabilidad política del planeta.