En Estados Unidos se escenificó un juicio para decidir si el joven Kyle Rittenhouse, de 18 años de edad (en la fotografía), era culpable o inocente de asesinar a tiros a dos personas y herir a otra. El caso se convirtió en un evento paradigmático, porque tuvo lugar en una nación que se dice la más poderosa y civilizada del mundo, y porque el derecho a portar armas -y usarlas- define en última instancia si el país es una nación de leyes o una selva en la que triunfa el más fuerte y el más armado.
Rittenhouse, como muchos otros jóvenes impulsados por la propaganda racista, acudió a una manifestación en Kenosha, Winsconsin, para «ayudar a la policía» a contener a las hordas que afectan la seguridad del pueblo. En la refriega -donde todo el mundo va armado porque la posesión de armas es legal y común y corriente-, Kyle abrió fuego contra dos de sus oponentes y les quitó la vida. A otro simplemente lo hirió, tal vez por falta de puntería.
El juicio fue televisado y contó con una gran audiencia. El joven Kyle lo pasó con lágrimas en los ojos y el cuerpo temblando. Al final, dijo que se había hecho justicia.
Otros testigos del evento dijeron que si Kyle hubiera sido negro, hubiera terminado con varios tiros en la espalda.