El caso de Tomás Yarrington, capturado recientemente por la policía italiana, revela muchas aristas sobre lo que podría llamarse el nuevo sistema político mexicano. Quien fuera gobernador de Tamaulipas, uno de los estados dominados y más golpeados por el narcotráfico no es un gobernante arquetípico, pero su ejemplo es indicativo de lo que sucede en las demás entidades federativas.
Todo indica que Yarrington no era un gobernador aliado del narcotráfico, sino un narcotraficante convertido en gobernador. Su sueldo era básicamente pagado por el narcotráfico. Junto a sus compañeros narcotraficantes definía alrededor de un escritorio quiénes serían los presidentes municipales. No fue ajeno al asesinato del candidato Rodolfo Torre Cantú. Y el hecho de haber sido apresado en Calabria, en la punta de la bota del mapa de Italia, revela sus vínculos con una mafia internacional ligada al Cártel del Golfo y Los Zetas.
Yarrington era la carátula que funcionaba oficialmente ante el gobierno federal. Siendo gobernador, se encargaba de la educación y salud de los tamaulipecos, inauguraba puentes y caminos, atendía a los Secretarios del Ejecutivo, rendía informes con discursos optimistas, asistía a los eventos más importantes de la República. Además, en los retratos de familia, aparecía como un padre y marido ejemplar. Pero en su fuero interno era carcomido por algo peor que las simples y comunes ambiciones de poder. Quería carretadas de dinero a mansalva, y estaba dispuesto a todo para conseguirlo. Además de los asesinatos y el acarreo de droga hacia Estados Unidos, en Italia se transformó en otra persona. Se cambió el rostro. Tuvo otro nombre. Bajó de perfil. Se convirtió en un empresario respetable. Entre comillas.
El caso de Yarrington es un botón de muestra de lo que pueden llegar a hacer los gobernadores de los estados. O los alcaldes, como el de Iguala. Pero más allá de las manos ensangrentadas del narcotráfico está un sistema que ha regresado al feudalismo, donde los gobernadores gozan de una autonomía absoluta. Pueden en primer lugar -y desde luego-, robar a manos llenas. Ahí están los casos de Veracruz, Chihuahua, Quintana Roo, Sonora. Pueden oponerse a la moda de la transparencia. Y los que llegan, como Javier Corral, pueden probar las mieles de irse a jugar golf por vez primera en un avión privado.
México es un país orgullosamente megadiverso. Y también, lamentablemente, se ha convertido en una república formal de una gran variedad de feudos. Los estados son impenetrables. Cada uno con su propia muralla. En ellos, el presidente ya no manda, para bien y para mal.