Si los esfuerzos de los demócratas logran destituir a Donald Trump de su cargo como presidente de Estados Unidos, el hombre que lo reemplazaría sería Mike Pence, el vicepresidente de la nación.

Ideológica y políticamente, la diferencia no sería mucha. Mike Pence se define a sí mismo como «un cristiano, un conservador y un republicano, en ese orden.» Su trayectoria lo presenta como un político titubeante en su juventud, pero con una clara vocación en contra del aborto de las mujeres durante su madurez, a favor de la reducción de impuestos para las grandes empresas mientras fue gobernador de Indiana, un hombre que se pronunció por permitir la portación de rifles en los vehículos que aparquen en los estacionamientos de las escuelas, con cierta laxitud hacia las empresas contaminantes de plomo en el tema del medio ambiente y un funcionario que en el campo educativo se inclinó siempre a favor de la educación privada cuando rivaliza con la educación pública.

¿Qué definiría a Mike Pence como un político distinto de Donald Trump? Algunos analistas cercanos a los círculos de la Casa Blanca han filtrado cierta información al respecto. De llegar a la presidencia, Mike Pence no pondría el énfasis en la construcción de un muro en la frontera con México, ni prohibiría la llegada de emigrantes de los países árabes; aunque tiene un perfil proteccionista y seguramente trataría de restaurar la inversión de las empresas estadounidenses en su propio territorio, bajaría el tono de la guerra comercial con China; a pesar de que está a favor de la industria petrolera y del carbón, no se embarcaría en una campaña contra el cambio climático en el mundo; sería un presidente mucho menos tolerante hacia los homosexuales, las lesbianas y los transgéneros, y no se montaría en la supremacía blanca en el trato hacia los ciudadanos negros.

Y dos asuntos muy relevantes: no gobernaría a través de tweets, ni exhibiría rabietas cuando el mundo no le cumple sus caprichos.