La escena en Estados Unidos no es nueva. Una persona ingresa a un lugar concurrido -puede ser una escuela, una iglesia o un cine- y asesina a sangre fría a todos los que puede en unos cuantos segundos. Es un terrorismo desatado, donde la víctima puede ser cualquiera.
Lo nuevo, ahora, es que murieron ocho personas en tres spas diferentes en las inmediaciones de Atlanta, y que seis de ellas son de origen asiático. El asesino es el mismo. Un joven llamado Robert Aaron Long, de 21 años, nativo del poblado de Woodstock, en el estado de Georgia. En sus primeras declaraciones, dijo que sus acciones “no estaban motivadas por la raza”, sino que fueron causadas por una “adicción sexual”.
Tal vez, sus palabras fueron motivadas para supuestamente enaltecer su hombría, y añadir seguidoras a los grupos de jóvenes despistadas que andan en busca de señoritos que saltan a la fama por su fervor a las armas, aunque sean asesinos. Sin embargo, lo cierto es el asesino buscaba en los tres spas que atacó a mujeres asiáticas.
¿Y por qué el odio contra la comunidad asiática que vive en Estados Unidos? Se trata de un rechazo ancestral, cultivado en Estados Unidos en contra de todas las comunidades diferentes de los anglosajones, pero en especial ahora contra los asiáticos. ¿Y quién fomentó ese odio? ¿No recuerdan a Donald Trump en sus arengas contra el virus que venía de China?
Ahí están las consecuencias.