Hoy llega el Papa a México. Para la mayoría de los mexicanos, el Papa es un símbolo que debe ser venerado. Es el Sumo Pontífice de la iglesia católica, y por lo tanto una figura única, el vicario de Jesucristo en la Tierra, un ser casi milagroso.
El Papa Juan Pablo II, a base de visitas a México, se ganó el corazón de toda la gente.
Sin embargo, la mayoría de los feligreses ignoran que hay diferencias enormes entre Juan Pablo II y el Papa Francisco. Mientras el Papa polaco no hizo ningún intento por sacudir a la Iglesia para quitarle todos sus defectos históricos, el Papa Francisco, desde el primer día de su pontificio, dejó claro que no iba a ser un Papa condescendiente con ellos. Por eso renunció a dormir en el boato del dormitorio papal; por eso despidió por la puerta grande al cardenal que encubrió pederastas en Boston y fue enviado a Roma, a encargarse de la iglesia de Santa María la Mayor; por eso ha dicho hasta el cansancio que la iglesia debe volver a ser la iglesia de los pobres.
Pero eso no es todo. El Papa Francisco ha tomado la iniciativa en el terreno de la política mundial, y ha demostrado ser un diplomático y negociador de altos vuelos. Sin su intervención, el acercamiento entre Cuba y la Casa Blanca hubiera sido imposible. Y gracias a su intervención, la guerra civil en Siria no se ha convertido en un conflicto de dimensiones internacionales, ya que su involucramiento ha frenado los intentos de enviar fuerzas terrestres por parte de las grandes potencias.
Claro que la mayoría de la población no tiene la obligación de conocer a los Papas más allá de sus bendiciones, pero tampoco debemos de percibir el fenómeno superficialmente. Hay mucha gente que del Papa solamente ve los embotellamientos que produce. Y que lo único que quieren es que el Papa se vaya.
No es justo.