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Noviembre o el fascismo

Lo sucedido en Estados Unidos durante el nombramiento de Brett Kavanaugh como magistrado integrante de la Suprema Corte de Justicia es un indicador muy preciso de lo que ocurre en Washington y en el país entero. Como se sabe, la maestra  Christine Blasey Ford denunció al aspirante porque abusó de ella sexualmente en una fiesta para alumnos de Yale en 1972, pero los testigos no quisieron o no pudieron atestiguar en su favor, y el jurado del Senado decidió por una votación muy cerrada confirmar a Kavanaugh como integrante del máximo tribunal de la nación.

Y aquí vale la pena revisar lo que hicieron los miembros del Partido Republicano para proteger a su candidato. En primer lugar, la senadora Susan Collins, una republicana que era un personaje clave por ser mujer en este caso, primero escuchó los testimonios de Deborah Martínez y Julie Swetnick. otras dos mujeres que atestiguaron haber sido agredidas sexualmente por Kavanaugh, y acto seguido les dio la espalda y emitió su voto a favor del atacante. Los senadores republicanos le aplaudieron de pie.  El Capitolio aceptó la mentira de Kavanaugh, quien dijo que todas las denunciantes eran gente pagada para buscar «la venganza de los Clinton.» Minutos después, Donald Trump acuñó una mentira aún más inverosímil, al decir que quien pagaba a las manifestantes era el magnate húngaro George Soros, expulsado recientemente de su país por un gobierno de corte fascista.

Y luego vinieron más reacciones. El senador Charles Grassley, presidente del Comité del Senado que escuchó pacientemente los testimonios de Blasey y de Kavanaugh, insistió en que los manifestantes trabajaban para Soros. Y otro senador -el texano John Cornyn, que se presenta al Senado con todo y su sombrero de vaquero-, después de reunirse con el candidato atacado, salió a decir que «no vamos a dejar que nos acosen los gritos de los manifestantes pagados.»

Todo eso quiere decir que las mentiras ya cobraron su factura de verdades.

Y eso es grave en muchos sentidos. En primer lugar, porque el esfuerzo que hizo Christine Blasey Ford para superar su trauma y presentarse ante la nación para denunciar al candidato a magistrado no sirvió de nada. Su testimonio fue ridiculizado, etiquetado como una farsa pagada por intereses políticos. Sus derechos humanos fueron pisoteados de la peor manera. Y los de las demás denunciantes también. En segundo lugar, porque el gobierno de Trump ya probó que sus mentiras pueden convertirse rápidamente en verdades, por el simple hecho de que quien las dice es el presidente del país más poderoso del mundo, donde cualquier crítica se estrella ante un muro gigantesco y se desprecia como parte de una conspiración extranjera o de partidos rivales. Y en tercer lugar porque el poder acumulado hasta ahora por Trump comprende no solo el Ejecutivo sino también el Legislativo y el Judicial, y el siguiente paso para lograr una hegemonía que mantenga a raya a la sociedad es acallar a la prensa libre. Trump lo sabe, y por eso está enfrascado en una guerra contra las cadenas televisivas y los diarios liberales del país.

Todo esto estará en juego en las próximas elecciones legislativas. Si el Partido Republicano triunfa, el fascismo tendrá la puerta abierta a lo largo y a lo ancho de la nación.

 

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