Nueva Zelanda derrotó al coronavirus. Eso lo anunció la Primera Ministra Jacinda Arndern -en la fotografía- cuando dijo a principios de junio que desde el surgimiento de la pandemia en el país se habían registrado 1,154 casos y 22 muertes, unas cifras muy menores si las comparamos con los números que demuestran los estragos que ha causado el coronavirus en otras latitudes. En Estados Unidos, el país que lleva por mucho la delantera en el terreno de la pandemia, el número de contagios está por rebasar los 2 millones de habitantes, y las muertes por la epidemia son más de 111 mil.
Nueva Zelanda puso fin al coronavirus con medidas draconianas. En primer lugar, cerró sus fronteras, y todo aquél que hubiese llegado de un país extranjero tuvo que pasar por un encierro forzoso de 14 días. En segundo lugar, el confinamiento de todos los ciudadanos fue obligatorio, y se prohibió el contacto de todos los habitantes con cualquier persona que no viviera en la propia casa, o que no fuera miembro del círculo más cercano de su familia. En tercer lugar, se cerraron todas las actividades económicas y sociales no indispensables -escuelas, comercios, todo tipo de servicios-, y el país se paralizó afuera de todas las casas.
¿Valió la pena el esfuerzo? Si. Con una sonrisa inconmensurable, la Primera Ministra acaba de anunciar el fin del coronavirus en el país. Las fronteras siguen cerradas, pero la gente ya puede salir a la calle.