Por primera vez en cerca de 90 años, un presidente de Estados Unidos llega a Cuba. El arribo en sí mismo es insólito. Desde la revolución de Fidel Castro en 1959, Estados Unidos vio a Cuba como un enemigo a vencer, un aliado del comunismo ruso en el patio trasero del imperio, un veneno que inoculaba a América Latina con sus guerrillas clandestinas y sus sueños de socialismo tropical.

En menos de un año, el panorama ha cambiado radicalmente. Empujado por el Papa Francisco, Barack Obama comprendió que había llegado el momento de hacer un cambio radical en la geopolítica de ambas naciones, y abrió la puerta para las relaciones con Cuba. Aunque el embargo no se ha levantado del todo, la reanudación del los vuelos entre ambos países y el entusiasmo por las telecomunicaciones ha avivado los intercambios.

Obama tendrá reuniones con grupos sociales, y buscará hacerse oír por la mayoría de los cubanos. Es un buen paso. En Estados Unidos, los fumadores están ansiosos de probar y tener acceso a los puros cubanos. Y los beisbolistas de ambos países están con el deseo de verse las caras. Tal vez por eso el último evento del presidente norteamericano en la isla será acudir a un partido de béisbol entre Tampa Bay Raise y la selección nacional de Cuba. Hagan sus apuestas.