Cuando se habla de corrupción a nivel internacional, Canadá es un país que siempre se sitúa por encima de sus congéneres. Su gobierno es un ejemplo de pulcritud, transparencia, inclusión de los contrarios, pluralidad y respeto. Y sus empresas son vistas como ejemplos en términos de justicia laboral, donde existen salarios muy elevados y ganancias respetables, que nunca llegan a las cifras exorbitantes de los países árabes o los eufemísticamente llamados en vías de desarrollo.
Pues bien, este año a Canadá le tocó lidiar con su primer escándalo de corrupción al más puro estilo de Brasil y sus empresas. La firma señalada se llama SNC-Lavalin, y es una empresa multinacional de construcción e ingeniería con sede en Montreal. Y siguiendo los pasos de Odebrecht, se reveló que SMC-Lavalin ofreció 47 millones de dólares en sobornos al gobierno de Libia para adquirir contratos. Las ofertas se llevaron a cabo durante el imperio de Muammar Gaddafi, en los años que van de 2001 a 2011. Ha pasado mucho tiempo, pero las secuelas del caso han manchado al actual gobierno.
El miércoles 27 de febrero, durante casi cuatro horas de testimonio ante la comisión de justicia de la Cámara de los Comunes canadiense, una dama muy refinada llamada Jody Wilson-Raybould contradijo en varias ocasiones las aseveraciones del primer ministro Justin Trudeau, quien afirmó que ni él ni su personal actuaron indebidamente al intentar que la Fiscalía de la nación -encabezada por Jody- alcanzara un acuerdo fuera de tribunales con la empresa SNC-Lavalin. La señora describió con lujo de detalles 10 reuniones, 10 conversaciones y una serie de mensajes de correo electrónico que tuvo ella sobre el caso. Posteriormente, fue removida de su cargo rumbo a otro puesto, y finalmente asomó la cara en el estanque de las renuncias.
El trasfondo del asunto se ha centrado en la intervención del Poder Ejecutivo en el ámbito de la Fiscalía, algo muy normal en México pero imperdonable en naciones como Canadá.
Andrew Scheer, líder de la oposición del Partido Conservador en el parlamento, ya salió a la palestra para pedir una investigación por obstrucción de la justicia, y exigir la renuncia de Trudeau.
En síntesis, por lo sucedido en Canadá puede confirmarse una sentencia que duele mucho a los idealistas y regodea en su sapiencia a los cínicos: «la política es un baño de mugre en cualquier lugar de la Tierra.»