En el cambio del año, Kim Jung un, líder máximo del Partido Comunista de Corea del Norte, hizo un movimiento táctico para ganarle a Donald Trump la partida de ajedrez atómico. Aprovechando la cercanía de los Juegos Olímpicos de Invierno que se van a desarrollar en Pyeongchang, una localidad de Corea del Sur muy cercana a la frontera con Corea del Norte, declaró que su país estaría dispuesto a considerar la posibilidad de participar en los Juegos, siempre y cuando fuese invitado por su vecino del Sur.
De manera casi inmediata, Corea del Sur extendió la mano hacia el norte. Moon Jae in, el presidente del gobierno de Seúl -conocido por su postura pacifista y conciliadora de las dos coreas- dijo que por supuesto Corea del Norte era un invitado especial para las Olimpiadas de Invierno. Y Kim siguió ganando la partida. Dijo que su país había concluido las pruebas de su arsenal atómico, y que estaba preparado para responder con un bombardeo al interior de Estados Unidos si su gobierno insistía en amenazarlos y atacarlos. Y Trump cayó en la provocación. De manera infantil, como es su costumbre, declaró que su botón atómico era más grande que el de Cora del Norte.
Con todo esto, en realidad Donald Trump quedó fuera del juego. Las dos Coreas han iniciado, de manera independiente, negociaciones de paz. Era lo que quería Moon Jae in, y a esa tarea se sumó Kim Jong un. Al declarar que Corea del Norte había finalizado con éxito las pruebas de su arsenal nuclear, Kim justificó ante el mundo la suspensión de los lanzamientos de misiles, arrebatándole a Trump su bandera más importante, y abriendo la puerta para levantar las sanciones económicas impuestas por las Naciones Unidas.
Falta por ver hasta dónde pueden llegar las negociaciones de paz entre las dos coreas, una vez que terminen los Juegos Olímpicos. Falta por ver, también, las declaraciones de Trump al final del episodio. Seguramente dirá que Corea del Norte reculó ante sus propias amenazas. Y esa será, una vez más, otra de sus mentiras.
(Fotografía de The New York Times)