En Estados Unidos los tiroteos son comunes. Como se trata de un pueblo armado, los medios de comunicación se han habituado a reportar ataques en los que cualquiera puede salir a la calle o entrar a una escuela y disparar contra todos con los que se encuentra. En muchas ocasiones, los atacantes son jóvenes o adolescentes que cifran su virilidad en la posesión y el uso de armas de fuego. Por eso generalmente, previo a los ataques, se toman fotografías portando armas con la fría actitud de Rambo, Rocky y los demás personajes violentos que protagonizan Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger.
En el último tiroteo, que tuvo lugar en el metro de Brooklyn, por lo menos 16 personas resultaron heridas, 10 de ellas por disparos, durante la hora pico del pasado martes por la mañana. El ataque se inició cuando un hombre lanzó una granada de humo y disparó contra un vagón de la línea N.
La policía buscó varios días a un hombre con chaleco de trabajo y mascarilla antigás, posible verdugo en el ataque a la estación de la calle 36 en Sunset Park. Una falla en una cámara de la estación obstaculizó la pesquisa.
Una vez que fue detenido, el sospechoso -llamado Frank James, un hombre negro muy corpulento- ingresó a la patrulla con una sonrisa en el rostro (en la fotografía). Después se supo que había sido atendido en varios hospitales para enfermos mentales.
¿Quién tiene la culpa de todo eso?
No la tiene un enfermo mental, ni siquiera los hombres que le vendieron el arma.
La culpa es de un sistema que ha armado a la población con el pretexto de que la libertad de vender, comprar y poseer armas es un derecho humano tan importante como la libertad de expresión y la libertad de tránsito.
El asesino está preso. Pero sin duda en Estados Unidos, muy pronto, habrá más tiroteos.