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Prohibido bailar

Tenía que llegar la orden. Nadie quería que sucediera, pero era algo inevitable. Al igual que en muchos otros países del mundo, en Italia se dedujo que el coronavirus era una infección propagada por los jóvenes, ya que una gran cantidad de ellos acuden a los bares, centros nocturnos y salones de baile para divertirse sin cubrebocas. Entonces, las autoridades sanitarias pusieron la lupa en los jóvenes y los centros nocturnos.

Pero todo mundo sabe que no solo los jóvenes acuden a los salones de baile. Los adultos mayores también fueron víctimas de las medidas contra la pandemia. Cuando se levantaron las medidas de confinamiento, los salones de baile reabrieron sus puertas con muchas reglas difíciles de aplicar. Solo podían ingresar a las pistas las parejas casadas o llamadas “estables”, algo que debía declararse por escrito. Se exigía el uso de tapabocas en la pista de baile, y las parejas podían tomarse de las manos desinfectadas después de registrar sus nombres y de que se les tomara la temperatura.

El decreto del gobierno italiano limitando el baile se impuso a mediados de agosto, y no hizo ninguna distinción entre los clubes llenos de jóvenes eufóricos donde se escucha reguetón a todo volumen, y los pausados centros comunitarios donde la gente mayor se reúne en parejas para bailar valses al ritmo del acordeón. La nueva normatividad no distinguía ritmos, edades o pasos de baile. Las autoridades sanitarias dijeron que cualquier tipo de baile requiere de cercanía corporal para ejecutarse, y por eso tenían que proteger a los parroquianos. Varios ciudadanos dijeron que no entendían el porqué no podían llevar a sus parejas a las pistas de baile, mientras los gimnasios y las playas permanecían llenos de gente.

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