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Puñetazos distractores

El video-meme que Donald Trump posteó el pasado fin de semana en su cuenta de Twitter ha generado multitud de reacciones negativas en su contra, con lo que el presidente de Estados Unidos ha logrado, una vez más acaparar nuestra atención, a la vez de que nos provoca una amnesia bien planeada.

Por supuesto que no podemos desdeñar todos los señalamientos que lo acusan de fomentar la violencia contra los periodistas, atacar uno de los fundamentos de la democracia moderna —la libertad de expresión—, así como aquellos que le reprochan su actitud infantil de enfrentar sus problemas a puñetazos, tienen mucha razón. Sin embargo también es cierto que, gracias a nuestra reactividad, nos olvidamos de ver más allá, para entender el estilo comunicativo que Trump ha construido.

Trump nos ha llevado al redil de su preferencia cada vez que lo ha deseado. Nos hace hablar de lo que a su persona le conviene, gracias a un nuevo escándalo mediático que no es otra cosa más que el último eslabón de una larga cadena construida de forma cuidadosa desde el momento en que anunció su candidatura para la Casa Blanca.

Trump se dio cuenta hace tiempo de que la gran mayoría de las personas que nos interesamos en la política, tenemos un cierto patrón de conducta condicionada, lo que nos hace saltar de forma vehemente contra todo aquello que viole los valores humanistas y universales que tanto trabajo han costado construir.

Tan acostumbrados estamos a jugar el juego de la política con reglas diferentes a las que él utiliza, que no podemos evitar reaccionar de forma visceral ante sus provocaciones, una y otra vez.

Haciendo uso de casi cada tema delicado de nuestro tiempo, Trump salta constantemente al escenario político con una declaración, un video o un intento de orden ejecutiva completamente provocadores, logrando exacerbar los ánimos de sus críticos.

De forma indistinta, el primer mandatario norteamericano ha usado el machismo, actitudes represivas contra los medios de comunicación, la xenofobia, el racismo, además de olvidar de forma premeditada los protocolos y formas que dicta la diplomacia para acaparar los reflectores con gran éxito.

El video de la “paliza” con CNN es el último eslabón en esta cadena que Trump ha transformado en su modus operandi, como 45º presidente de Estados Unidos.

Al tiempo que nos mantiene con los ojos mirando en la dirección que desea, logra tener las manos libres para hacer lo que le plazca en diferentes escenarios, que se encuentran a la vista pero a los que nadie presta atención.

De esta forma todos olvidamos, al menos por un rato, a James Comey, su cercana primera reunión con Vladimir Putin, los fracasos de sus órdenes ejecutivas, sus fallidos intentos por desmantelar el Obamacare, la inevitable reunión con el presidente Enrique Peña Nieto en el G20 y, sobre todo, el vacío de liderazgo que su administración ha sumido a EU a nivel mundial, a pesar de ser el único superpoder militar vigente.

Sumado a esto, sus actitudes iconoclastas y desagradables caen dentro de lo que el electorado que votó a su favor espera: palabras fuertes, puños listos y poca reflexión antes de lanzarse, junto con su país, a aventuras sin sentido como buen hombre “de acción”. Con estas provocaciones logra mantener su vigencia, a pesar del aparente nivel de desaprobación que muestran las encuestas.

Los golpes que da Trump en el video contra CNN son lanzados con una técnica refinada, pensada para lograr el mismo efecto que un spot publicitario de sus programas de TV: acaparar la mayor audiencia posible y lograr que nos olvidemos de que hay otras cosa que ver, quizá mucho más interesantes o importantes. Sin duda es una jugada magistral, aunque no nos guste admitirlo.

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