Vladimir Putin ha hecho lo que ninguno de sus predecesores se había atrevido a hacer: invadir a una nación soberana. Tal vez, siguiendo un cálculo macabro, tuvo la corazonada de que Estados Unidos no intervendría, que las naciones europeas se quedarían pasmadas, y que los países colindantes preferirían observar lo que sucede, antes de declarar la guerra el nuevo monstruo del Kremlin. No se equivocó.
La mayor parte de la élite rusa no se atreve a desafiar al presidente de Rusia.
Ningún multimillonario ruso se ha pronunciado enérgicamente contra la guerra en Ucrania, a pesar de que las sanciones de Estados Unidos y sus aliados en Europa han congelado miles de millones de dólares de sus activos occidentales.
Algunos empresarios e intelectuales rusos huyeron de su país tras la invasión del 24 de febrero, para establecerse en lugares como Dubái, Estambul y Berlín. Pero muchos otros -que tenían buenas conexiones en Moscú y vínculos estrechos con Occidente-, se quedaron y ahora se esfuerzan por redefinir sus vidas.
Hay muy pocas probabilidades de que surja una amplia coalición de rusos para desafiar a Putin. Un puñado de intelectuales se está pronunciando en contra de la guerra mientras permanece en el país, a pesar del gran riesgo personal que eso implica. Muchos otros prefieren mantener la cabeza abajo. Algunos, incluso, han optado por echar su suerte con el Kremlin.
La mayoría ha optado por una salida histórica que sale a la luz cuando los problemas de las familias rusas no encuentran una salida a los problemas: el vodka. (Ver fotografía)
Al beber, como todo el mundo sabe, los problemas se olvidan por algún tiempo. Sin embargo, en este caso, lo único que puede curar los sufrimientos de las naciones involucradas es una salida negociada.
Al tiempo.