Los que regresan son señalados doblemente: es gente que dejó sus países de origen por la fuerza o la falta de oportunidades, y que ahora son señalados por ser posibles portadores del virus. Antes, huían de sus naciones de origen; ahora huyen de todos lados. El mundo entero los discrimina.
Venezuela se ha convertido, después de Siria, en el mayor expulsor de ciudadanos de todo el mundo. Los venezolanos que intentan cruzar las carreteras de Colombia se encuentran con un territorio hostil, donde nadie les da techo, y en el que los pobladores los incitan a emprender el regreso.
En la India, donde millones de trabajadores han migrado del campo a la ciudad (sobre todo a Bombay y Delhi), han tenido que regresar a sus casas ante las órdenes de confinamiento. Son personas que no entran en las estadísticas de las Naciones Unidas -por no ser desplazados forzosos por guerras o conflictos-, pero conforman movimientos de población directamente ligados a la pandemia.
En el norte del país miles de afganos, que escaparon de una guerra que se ha retorcido de múltiples formas y dura ya décadas, intentan regresar a su país desde Irán y Pakistán. Es la mayor contradicción de los movimientos poblacionales catapultados por la pandemia: los ciudadanos recorren miles de kilómetros para refugiarse en un lugar inseguro.