El viejo imperio se desmorona. La nación que fue el centro de unión del mundo hace dos siglos, está viviendo una crisis de unidad en torno al tema de su pertenencia o no la Unión Europea. El llamado Brexit, una resolución que surgió de un referéndum que se tomó hace tres años con la anuencia de poco más de la mitad de los votantes, decidió salirse del resto de Europa, y ahora el Reino Unido luce más desunido que nunca.
En los últimos tres años, el Parlamento ha funcionado como un dique a las propuestas del gobierno sobre cómo implementar la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Primero fue la propuesta de la anterior primer ministra, Theresa May, que propuso una salida abrupta que llevó a la nación a un estado de frustración como no se había visto desde las peores derrotas del equipo nacional de fútbol en las Copas Mundiales. Después tuvo lugar algo que parecía una postergación indefinida del Brexit, lo cual molestó a los votantes más recalcitrantes a favor de abandonar el trasatlántico de la Unión Europea. Y finalmente llegó la propuesta de Boris Johnson, el nuevo primer ministro, que busca cumplir cuanto antes los tiempos del abandono del Reino Unido, respetando en principio las reglas comerciales que se han mantenido en la frontera entre Irlanda del Norte (que es parte del Reino Unido) y la República de Irlanda (que es parte de la Unión Europea).
El nuevo primer ministro regresó feliz de Bruselas con el nuevo acuerdo bajo el brazo, pero en Londres se topó con un movimiento inesperado: decenas de miles de manifestantes pidiendo un nuevo referéndum, con el ánimo de rechazar el Brexit. Muchos manifestantes, adolescentes de 16 a 18 años, dicen que ellos no fueron consultados en el pasado referéndum, y que ahora quieren ser escuchados.
Una parte del Reino Unido quiere seguir siendo parte de la Unión Europea.
Pero la otra no.