El dinero que llega a México desde Estados Unidos ha sido siempre un alivio para la economía de las familias, el consumo de las regiones y la economía nacional en su conjunto. Las remesas significan para México un ingreso superior, hoy en día, a lo que representan las ventas de petróleo. México sobrevive, en ese sentido, gracias a los mexicanos que viven en Estados Unidos.
Este año las remesas alcanzaron los 33 mil millones de dólares, que representan el 2.8% del PIB nacional. Es una fuente de ingresos fundamental para determinadas entidades federativas. Casi la mitad de los recursos llega de California, Texas e Illinois. Y la mayoría se dirigen a Michoacan, Zacatecas y Guerrero, donde las remesas representan más del 10% de su Producto Interno Bruto. Se trata de una economía integrada por las desigualdades de ambos países.
En términos generales, la quinta parte de los ingresos de los trabajadores mexicanos viene con las remesas. Los mexicanos ganan en Estados Unidos 35 mil dólares cada año en promedio. En México, en cambio, obtienen 6 mil dólares anuales. En México, si nos va bien, el próximo año el salario mínimo rozará los 4 mil pesos mensuales; en Estados Unidos, el salario mínimo roza los 2 mil pesos diarios. Eso explica las diferencias abismales y, por supuesto, la migración.
Los mexicanos que trabajan en Estados Unidos realizan todo tipo de trabajos. Tienden camas en hoteles de todo el país, construyen con sus manos casas y oficinas, se alquilan como peones de temporada en la agricultura. Recolectan naranjas en Florida, fresas en California y vegetales en Ohio. Laboran sin documentos en restaurantes, talleres mecánicos, oficinas de todo tipo. Inclusive, como se descubrió, algunos trabajaron en el club de golf de Donald Trump en Bedminster, Nueva Jersey.
Y todos, sin excepción, han sido parte de la campaña de la Casa Blanca contra los extranjeros, particularmente los mexicanos.